domingo, 1 de septiembre de 2013

Descubrimientos


Como la primera vez no hay ninguna. Nada es sabido, y cada paso nuevo es como una caída al vacío, como un aliento suspenso de montaña rusa o tobogán. Y cada acto siguiente es una ventana que se abre a un sentido, a un misterio que se abisma en sí mismo y del que se vuelve, más que con la certidumbre del conocimiento, con la conmoción viva en la mirada. Todo es vértigo la primera vez, y enigma.
Cuando se regresa, y es ya la segunda o la tercera vez, liberado de las urgencias, ungido por la maestría del que ya ha pasado por ese camino, uno se abandona al gozo por el gozo, al deleite noble de hallarse vivo en la mirada que lo refleja; y se arrebata con cada paso nuevo que repite, pero nunca, nunca, vuelve a inaugurarse en su alma el desposeimiento absoluto que se siente al recorrer el sendero nunca antes hollado.         
Pero no con todos los libros pasa eso; hay algunos cuyo misterio se renueva a cada lectura y sus enigmas se visten —a cada lectura— de interrogantes nuevas. Parece que crecieran a la par que su lector crece, de forma que es uno cada vez, y cada vez es como la primera vez que fue leído.